lunes, febrero 14, 2005

Una cuenca muy chilanga

¿Qué significa ser chilango y vivir en la Ciudad más caótica y problemática del país?
Para algunos es un suplicio, otros no podrían vivir en lugares que no sean sinónimos de caos, y unos más disfrutan las diversiones que otorga la gran urbe pese a los riesgos que puedan acarrear.
Alguna vez me pregunataron qué se siente ser chilango, y si no tengo miedo de salir a la calle. A lo que yo contesté que la "capirucha" es más que asaltos, tráficos y linchamientos. No me imagino vivir sin un estadio donde se puede ver a unos pumas siendo campeones, sin un foro sol cantando cada cancion de los Cádillacs, U2, Korn, Café Tacvba u otro grupo de música perfecta; sin los teatros que así como podemos cantar con a la Bella y la Bestia, se puede llorar con los Miserables; sin una avenida reforma que en las tardes de sábado se convierten en pasarelas para las demandas sociales, donde se puede mentar la madre a la embajada gringa antes de llegar al Ángel de la Indepencia.
Qué serían las noches sin poder ir a un antro fresa mamón indiferente, pasando por súlivan y gritarles mamasitas a las mamasotas que llegan a cobrar hasta 50 salarios mínimos y terminando en antro gay donde no se paga cover.
Sin Coyoacán para salir con la novia y comerce un churro camino al metro donde uno puede comprar todo por cinco o diez pesos. Sin la insoportable levedad de los domingos que son días extraños donde se siente la tensión y la tristeza por que uno sabe que el lunes se acerca de forma inevitable y palpitante.
Por todo esto bien vale la pena aguantar enbotellamientos en el segundo tráfico del périferico (total, es un gran lugar para contemplar las luces de la ciudad), perder una que otra cartera, sin que te des cuenta, cuando estás en un trasnporte público; observar choques espectáculares por que los semáforos no obedecen a las necesidades de los conductores; tener baños saunas gratis, con masajes sugestivos, cuando se viaja de Cuatro Caminos a Pino Suarez a las seis de la tarde; tener que regalar un par de zapatos seminuevos porque de reusarse uno tendrá un hoyo más en las tripas que de por sí ya están ahugereadas por tanta lombríz criada en las garnachas de la esquina.
Chilangos, a poco no extrañarían esa sensación tan chida que se siente cuando el relog avanza de forma endiablada mientra uno trata de no llegar tarde mientras se vive en un departamento chiquito, con el molesto ruido de la secadora de la vecina, el estéreo a todo volumen del vecino castrozo con la Mesa que más apludada versión mix extra larga y el desyuno Toks como respuesta a tanta rapidez urbana.
Por todo esto, cuando uno llega a lugares tan tranquilos como los hermosos pueblos de nuestra República, es inevitable sentir que el tiempo se detiene. Uno ya se bañó, leyó el periódico, habló con el señor de la peluquería, se fue al mercado, al puesto de periodícos, acomodó su ropa, vio la tele, se resolvió el crucigrama dominguero y sólo son las 12 del día.
Es un paraiso que seguramente escogeré cuando esté pachichi y mi Ahls Haimer esté muy desarrollado. Pero mientras tanto, seguiré disfrutando de mi chilanga banda entre pachos, cholos y chundos, chinflas y malas fachas en mi cuenca urbana. Sí, la más contaminada pero la más fregona.
¡Haz patría! Ama a un chilango.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias primo por describirme e imaginarme mi casa y la ciudad que extraño mas en todo el mundo; 18 años no se olvidan y prometo que volveré.

Chitiva dijo...

Vivan los chilangos primo!!! Que aquí es donde juegan nuestros queridos pumas.