domingo, septiembre 18, 2005

A 20 años del siniestro

En la mañana del 19 de septiembre de 1985, los que vivimos en la capirucha, amanecimos con un movimiento telúrico de 8.1 en la escala de Richter. Algunos pensaron que no había pasado nada más que el susto de un temblor como suelen darse en Chilangolandia. Sin embargo, el saldo fue de 6 mil muertos, 10 mil heridos e infinidad de construcciones destrozadas y dañadas.

Las historias de aquella mañana son diversas pero todas coinciden con el hecho de que el suceso despertó la unión de un pueblo sorprendido por una catástrofe natural. Las imágenes de edificios caídos como los multifamiliares del legendario Tlatelolco, diversas casas de la colonia Roma, Televisa Chapultepec, el edificio de Telecomunicaciones, el hotel de avenida Reforma esquina con Insurgentes, y varios más, se encuentran grabadas en video y fotos como testigo del siniestro.

En el aspecto deportivo, nuestra ciudad era considerada como sede mundialista para el próximo año. Un par de días después de los sismos se declararon al estadio Azteca, Olímpico Universitario y Neza 86 en óptimas condiciones para albergar el Campeonato Mundial de Futbol.

Sin embargo, hubo un espacio deportivo que fue protagonista de la pasadilla vivida hace 20 años. El Parque del Seguro Social, casa de los equipos capitalinos de béisbol, fue utilizado como una morgue masiva para reconocer cadáveres.

Lo que había sido terreno de hazañas de los Diablos Rojos y Tigres de México, ahora estaba invadido por infinidad de ataúdes visitados por centenares de personas en busca de familiares perdidos.

No tengo recuerdo alguno del temblor -sólo tenía dos años de edad- más que el vidrio cuarteado de mi cuarto de lo que antes era mi casa en la colonia Santa Cruz Atoyac. Con el paso de los años observé fotos de lo sucedido y hoy en día no puedo imaginarme la pesadilla que se ha de ver vivido aquel lejano 19 de septiembre.

Esa mañana mis padres nos vestían a mi hermana y a mí para dejarnos en la guardería antes de ir a sus respectivos trabajos. Cuando inició el movimiento telúrico nos cargaron, semi vestidos, para bajar a la entrada de la casa. Terminado el temblor la luz y el teléfono no servían.

Mi padre agarró un radio portátil y nos llevó al jardín de niños de manera natural. Justo en el camino de regreso escuchó los reportes de diversas edificaciones caídas. El edificio donde trabajaba mi mamá se había colapsado. Afortunadamente los policías que cuidaban el lugar habían salido a tiempo y no hubo pérdidas humanas qué lamentar.

Cuando mis padres se dieron cuenta de la magnitud de lo sucedido, de inmediato se regresaron por nosotros para dejarnos en la casa mientras salían a buscar a una tía doctora quien no sabían de su paradero.

Dos décadas después, cada chilango tiene su propia historia que tenemos la dicha de contar.

sábado, septiembre 17, 2005

La tradición de los clásicos (primera parte)

La historia de los emparrillados proviene de cuatro colores que han dibujado la tradición del futbol americano en nuestro país. El azul y oro, por un lado, y el guinda y blanco, por el otro, siempre han estado en los anales de un deporte construido por la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional.

Con más antigüedad en los emparrillados, la casaca auriazul carga una trayectoria llena de éxito, costumbres, leyendas y espíritu combativo. Desde sus orígenes siempre fueron superiores a sus rivales y ahora es tiempo de recordar que la gloria salió de la "horda dorada" y tarde o temprano retornará a reclamar lo que siempre le ha pertenecido.

Desde que se creo el primer equipo de futbol, en 1927, fue un deporte atractivo para los estudiantes universitario. De ahí que las filas de la UNAM rápidamente se nutriera de varios jugadores con un espíritu combativo para representar a su alma mater.

Cinco años tardaron para ingresar al naciente campeonato de futbol americano de la ciudad. Hasta ese entonces sólo habían participado en juegos de exhibición. Sin demostrar complejos de novatos, sólo tardaron un año para ser campeones. En 1933 iniciaría la racha de 12 campeonatos seguidos para los entonces conocidos como la "horda dorada".

Desde entonces aparecieron jugadores emblemáticos que ahora forman parte del recuerdo colectivo como leyendas consagradas. Tal es el caso de Roberto "Tapatío" Méndez quien desde su primera temporada, en 1935, dio muestra de un juego fuera de su época.

Junto con la aparición del Instituto Politécnico Nacional surge de inmediato el equipo de americano. Los Burros Blancos ingresan en el año de 1936, tiempo en que surge la Liga Mayor.

De hecho la única derrota en los primero tres años gloriosos de los universitarios fue contra los del Poli con un cerrado 6-0. La rivalidad empezaba a gestarse.

En los siguiente años, los del IPN comienzan a ser un rival a de cuidado para todos los equipos menos para la UNAM que siempre pudo derrotar. Sin embargo, en el 45 la historia tuvo un paréntesis cuando los guindablancos ganaron su primer campeonato mostrando que también estaban dispuesto a escribir su propia "gloria" al tradicional grito de "Huelum".

domingo, septiembre 11, 2005

Nunca me cansaré de visitarte

El grupo de animación de los auriazules se encontraba colocado alrededor de donde iban a pasar los héroes dorados del emparrillado universitario. Los golpeteos de la puerta azul por parte de los jugadores eran estridentes y hacían ver a aquel mueble de acero quebrantable. Más atrás se escuchaba el bullicio de los aficionados con la mira puesta en la entrada del maratón.

Un instante después, entre gritos de aliento y gruñidos, entraron los dorados con sus imponentes trajes de americano entre goyas y más goyas. Se acercaron a su afición para entonar solemnemente su himno deportivo universitario. Es el rito tradicional de todo partido de futbol desde el majestuoso e indescriptible Olímpico Universitario.

Una vez más me encontraba desde aquel estadio donde disfruto estar ya sea como deportista, aficionado o reportero. El rival en turno era los Borregos capitalinos quienes se enfrentaron en un duelo de poder a poder.

Dos semanas antes se había cumplido mi sueño de regresar al estadio de mis amores desde el Corral de Plástico. La orden del día había sido ir a aquel lugar en el Estado de México para cubrir la presentación de los locales. Durante el evento fue inevitable pensar en cómo una escuela con sólo un campo de futbol era el subcampeón nacional ante instituciones con mejores instalaciones deportivas.

Quienes saben de americano sabrán la respuesta que en otro post platicaremos con más profundidad.

Terminado el evento me trasladé a la Universidad donde en la presentación me tocó participar como parte del staff organizador para coordinar a los reporteros, quienes algunos también venían del Corral de plástico.

Una semana después estaba presenciando el partido contra los Frailes donde se ganó sólo por un punto. Fue la primera vez que me tocaba ver un partido desde el palomar. Por fin supe cómo se subía a aquella parte del estadio. Si bien se tiene una buena perspectiva para ver las jugadas realizadas, no se compara como estar junto a los jugadores donde se transpira la adrenalina que se desprende por la convicción de llevar el ovoide a las diagonales.

El día de ayer el joven Barrera mostró el ímpetu de querer trascender en una liga donde la gloria nació de la UNAM y ahora ha sido ganada por los regios. Con cada acarreo realizado los gritos de todos los universitarios explotaban al ver cómo Barrera sembraba a borregos por doquier.

Al final no fue suficiente pero mostró que viene con el mismo poderío mostrado por su hermano César en su época de jugador auriazul. Mientras los Pumas buscan recobrar aquella gloria de antaño, estaremos, a lado del campo, atentos a sus hazañas.

!!!Venga Pumas!!!

domingo, septiembre 04, 2005

Gracias, gracias, muchas gracias

El último día llegó. Si bien los días no rendían, los traslados eran maratónicos y dormía como 5 horas diarias, no quería que se acabara. He terminado mi estancia en la oficina auriazul del deporte universitario en medio de la melancolía y el agradecimiento.

Recuerdo mi primer día laboral cuando la jefa Vero, con un minuto de estancia, me dejó la primer chamba. Un reportaje a la escuela deportiva de la UNAM donde se describiera los orígenes, fundadores y objetivos de dicho lugar. Acto siguiente, me presentó la oficina y a los futuros compañeros.

Fue una investigación ardua a la cual dedique todo mi empeño y esfuerzo para mostrar que sí estaba a la altura de tareas reporteriles. Dos semanas después el escrito de la escuela deportiva estaba en nuestro periódico universitario.

De ahí en adelante fue un aprendizaje constante. Mis dos jefes se convirtieron en maestros particulares de periodismo especializado y sustituyeron al nefasto profesor de mi facultad. Con sus enseñanzas de cómo investigar, redactar y manejar la información de diversas disciplinas deportivas, se convirtió en todo un privilegio haber estado con ellos durante más de seis meses.

En estas lecciones recordaré con humildad las veces que me regresaron mis escritos por no estar a la altura de una investigación periodística y otras tantas que cometí errores de redacción.

En mi memoria quedarán las entrevistas a gimnastas, boxeadoras, frontenistas, karatecas, deportistas autóctonos, nadadores, futbolistas, andarines, ajedrecistas, basquetbolistas, voleibolistas de playa y sala, waterpolistas y un sin fin de entrenadores, que amablemente me dieron su testimonio del amor que le tienen a la Universidad pese a las carencias que existen en ellas.

No olvidaré mis primeros pininos en crónicas desde la alberca, del Olímpico Universitario, canchas de futbol, estadio Tapatío Méndez, gimnasio de box, dogo de karate, frontón cerrado en partidos de básquetbol, voleibol y gimnasia, arenal de playa y diversos lugares auriazules donde los deportistas Puma fueron siempre una nota por la cual escribir y una memoria por la cual soñar.

Instantes como una pelota purépecha en llamas, mi maestro de toda la vida Juan Rodríguez platicando sobre él -acto que no se repetirá en años, por la humildad que lo caracteriza-, mis búsquedas por teléfono de atletas internacionales "hechos en CU", entrevistas con el entrenador cubano de waterpolo Tito Diez, niños de 9 años nadando en una alberca de espuma, una basquetbolista como Angie remontando marcador para proclamarse campeona y más remembranzas, se quedarán presentes en las letras doradas de mi corazón formando por la UM.

El premundial de waterpolo fue mi primer acercamiento a un evento internacional donde sufrí con mi inglés pocho para hablar con Mister Baker, y mi español mexicano que me costaba trabajo entender al cubano Trueba o al entrenador argentino.

Mi visita al Estado de México para estar presente en dos finales de Universiada, una de básquet y otra de futbol. Siendo la segunda el que generó un sentimiento especial por ver a dos ex pupilas y, ante todo, amigas mías siendo campeonas nacionales.

Las participaciones que tuve en radio con el querido programa Goya Deportivo y sus conductores formaron una felicidad que suplían las desmañanadas de sábado. Hasta al acosador foquito rojo de la cabina será un motivo de extrañar.

Pero sobre todo, extrañaré a las personas que me ofrecieron una amistad mientras me enseñaban la manera de profesionalizar una pasión como es el deporte. Vero, Patodrunk, Moni, Javi, Jessi, Marco, Manolo, Gonzalo, George, Señor Sosa, Rodrigo y al estimadísimo Señor G, los tendré presentes toda la vida.

Gracias por enseñarme que el gusto por los deportes, el amor eterno a la Universidad y el periodismo se pueden conjugar para formar un estilo de vida dorado.

Porque la raza seguirá hablando por el espíritu........ por siempre.