Pláticas con un guerrillero

Cada noche debía cambiar de ubicación en medio de la selva para no ser hallado por los soldados. A veces los víveres no llegaban y había que apretar el estómago por varios días. En una guerrilla la vida es un suspiro en medio de los ideales sociales y el anhelo escueto de existir.

En ocasiones, sin previo aviso, el subcomandante Zarco sale de la clandestinidad para contarme su experiencia como guerrero social desde su trinchera. La primera vez que me abordó sus ojos destellaban una luz de energía mientras me revelaba su pasado.

Había estado en la guerrilla de El Salvador en un tiempo perdido de los ochenta. Sus aventuras son infinitas y de escenas crudas como suceden en los conflictos bélicos. Para la gente citadina como yo, parece imposible entender lo difícil de la situación de los pueblos latinoamericanos, cada día más sofocados por la pobreza extrema y la vida sin esperanza.

Aunque uno lea libros, periódicos, vea noticias o escuche relatos de quien vive en carne propia las tiranías del poder, uno se encuentra con las comodidades de un lugar sin luchas armadas, sin problemas de servicios primarios o de alimentos básicos. Ya ni hablar de educación y actividades recreativas.

Sin embargo, comparto la postura de Zarco quien piensa que cada persona puede seguir la lucha desde su trinchera. Uno puede modificar al sistema desde sus entrañas comprometiéndose con su pueblo y nunca olvidando a sus hermanos de piel morena. No se necesita ponerse una capucha y agarrar un rifle para pelear. Hay muchos caminos.

Aunque no sé cuando vuelva a ver al subcomandante Zarco, en algún momento nos volveremos a encontrar. Espero con anhelo nuestro reencuentro para seguir escuchando una realidad latente inadmisible de negar.

¡ZAPATA VIVE!