jueves, marzo 03, 2005

Cuando uno se revela al tiempo citadino

Los días siguen muy ajetreados. Mis jornadas escolares inician desde las 7 de la maña y terminan hasta las cinco de la tarde o más. El miercoles, con todo y lo cansado que estaba el día anterior, también fue un día bastante movido.

Las distancias de mi Universidad son un reto a la condición física que espero recuperar próximamente. Después de una clase maratónica de cuatro horas, llegué al servicio. Terminar los pendientes de esta chamba periodística deportiva y luego correr a comer algo antes del entrenamiento con los pequeños.

Pese a que me encantan mis actividades, llegan momentos en los uno dice basta al ritmo citadino de la "capirucha". Uno llega a estados en los que se necesita revelar al relog, el tráfico y las interminables colas de algún trámite buroratico. Ayer dije basta.

Depués de entrenar a los niños--futuros adolecentes dentro de casi nada--, decidí que ni mi cansancio, ni la tarea o el tiempo furtivo para realizar estas activdades, me privarían de ir al cine a ver El aviador. Quería ver la de Clint Estwood, pero ya no alcancé boletos.

La consecuencia de mi capricho de ir al cine pese a los días ajetreados no se hicieron esperar. Llevaba sólo media hora de la película cuando el sueño se apoderó de mi conciencia y párpados. Es un cancancio de aquellos en los que el físico le gana a la mente y nos hacen recordar que nuestro cuerpo tambíen se queja.

No recuerdo bien la película pero parece que sí está muy recomendable. Sugerencia: vayan bien despiertos pues dura casí tres horas. Como colofón. Al día siguiente desperté despues de dormir un sueño de los que uno disfruta por el hecho de no soñar nada y en el que uno se desconecta del mundo.

Sentí una brisa deliciosa en mi cuerpo, acompañado de un calorcito que por un momento pensé que estaba en mi cama. ¡Oh sopresa! Me encontraba en una de las jardinera de mi facultad con un par de hormiguitas escalando mi brazo y con el tiempo otra vez encima para llegar temprano a una de mis clases.

En fin. De vez en cuando uno debe revelarse del tiempo citadino. Total. Siempre hay un buen pastito para recuperarse de la osadía.

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