jueves, marzo 10, 2005

El pacto entre el esférico y mi persona

Corrí tras el balón, lo recibí y lo pasé a mi compañero al costado derecho -estábamos a la mitad de un inter escuadras-, me regresó la pared y me dejó enfrente contra el portero. Intenté tocar suavecito pero la barrida del cancerbero me ganó y salí disparado contra la pared.

Todo mi pecho se estrello con el muro de concreto, pero -milagrosamente- la cara no recibió el impacto y sólo salí con un raspon en el brazo que fungió como colchon de mi nariz. Es una suerte de muchas que he tenido en el futbol de no salir lastimado de gravedad.

Puede ser que tenga un ángel de la guarda, o que mis cábalas sí sirvan e incluso he pensado que el futbol y yo hicimos un pacto de nunca hacernos daño. Me inclino por la primera.

Cuando iba en la prepa, me encontraba calentado previo a un partido. Carazo me mandaba el balón al pecho y lo amortiguaba para despues agarrarla. No me percaté que poco a poco retrocedí hasta estar a lado del poste de mi porteria.

En un movimieto inoportuno, el balón dobló mis manos y se elevo por encima de mi cabeza. Giré con la intención de atraparlo, pero me impacté con el poste. Para mi buena suerte, bendición angelical, o un pacto con el diabo, sólo mi cachete chocó con la portería. Solo tuve un raspón y salvé mi rostro de una fractura segura.

El suceso que más recuerdo y no sé como explicarlo, pasó en la primaria. Me encontraba realizando los tediosos ejercicios de caligrafía del tercer año escolar. Mi concentración era absoluto porque la letra que tenía era de una inteligibilidad descomunal. Nunca la mejoré. En esos momentos un balón, proveniente de la cancha de futbol, se impactó contra la ventana situada a un lado de mi pupitre.

Instantes antes de que el balón destruyera el vidrio y arrogara varios pedasos filosos sobre mi mesa. Mi pierna se levantó de manera involuntaria del lugar, lo que provocó que todo mi cuerpo siguiera el mismo movimiento. Cuando el esférico se estrelló, yo me encontraba ya levantado y correindo un metro adelante para evitar la segura contunción. Nunca vi el balón aproximándose a mi ventana.

Uno de aquellos vidrios filosos desgarró mi cuaderno que dejó varias hojas cortadas. Nadie daba crédito a lo sucedido. La maestra encontró una explicación lógica. Según su versión, yo seguramente estaba papaloteando viendo los árboles por la ventana. Nada extraño en aquellos años. Pero la verdad es que me encontraba totalmente concentrado en mi caligrafía.

Desde ese momento me di cuenta de lo mortal que era. Sin embargo, un mortal que tenía un pacto con el balón para nunca salir lastimado por su culpa. Hoy seguimos a mano. La redonda y yo, estamos en paz.

1 comentario:

es mi nombre Berenice dijo...

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